ALEMANIA A COLOR

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Desde pequeña Papiwally, mi abuelo paterno, nos contaba las más increíbles historias de Babenhausen; su pueblo natal a las afueras de Frankfurt, Alemania. Un rinconcito del mundo que automáticamente imaginé en blanco y negro, como las películas que de vez en cuando se veían en la tele. 

Un pueblo medieval que nadie conocía.

Cada shabat, nuestra comida judía del viernes, Papiwally nos contaba sobre como ayudaba a la vecina pelando papas, el sabor único de las galletas de jengibre en el invierno y las travesuras en el tren después del colegio. Nosotros lo escuchábamos cada vez, pero poco a poco empezamos a perder interés en el pasado.

Con los años, el alzheimer se apoderó de su mente.

Empezó a confundir sus historias y a las personas, y en el proceso de hacerlo recordar nosotros aprendimos a no olvidar.

Hacia el 2017,  mi tia Joceline, escritora y periodista innata, me propuso un verdadero #viajealborde: Ir a Alemania en búsqueda de nuestras raíces. 

Yo, que estaba #alborde de un viaje largo a España, no necesité pensarlo dos veces antes de embarcarme en esta aventura. Jocie organizó el viaje al milímetro durante meses y se comunicó personalmente con los alcaldes de cada municipio para que nos ayudaran a investigar todo lo que teníamos pendiente y recorrer los pueblitos que aparecían en los relatos de Papiwally.

Así, con los ojos brillando de ilusión como cuando Papiwally contaba sus historias, llegué a Frankfurt.

Primera impresión: un montón de pretzels y gente silenciosa.

A diferencia de los latinos, los alemanes son super callados y cero escandalosos. Luego de probar la comidad local y comprobar descubrir una ciudad cosmopolita (con inmigrantes de todos lados del mundo) nos enrumbamos a  Asschaffenburg, la ciudad con el único colegio judío de la zona.  Y revisando los archivos en búsqueda de algo de información de mis bisabuelos, se me hizo un nudo en la garganta.

Tener tantas historias literamente entre tus manos puede ser sobrecogedor. 

Fue ahí cuando el viaje empezó a convertirse en algo mucho más intenso de lo que había concebido en un primer momento. Me asusté y lo único que quería era tomarme una cerveza helada al final del día para hablar de cualquier otra cosa aparte de la Segunda Guerra Mundial.

El problema era que mi tía era una apasionada de este tipo de historias y no habían muchos otros temas de conversación.  

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Me di cuenta que tenía que descubrir una nueva motivación en el viaje sin morir en el intento.

Así que, para variar, lo encontré en la comida. Pasaba mi tiempo comiendo todos los platos típicos. Las salchichas con mostaza y chucrut, una variedad de pretzels inimaginables y postres deliciosos que no empalagaban en lo absoluto. Mis favoritos fueron una mezcla (sí, me comí las dos) de dos tartas de frambuesa y de semillas de amapola.

Una delicia. Así encontré el equilibrio con mi tía. Mientras ella hablaba con todos los viejos del pueblo, yo podía irme por mi lado y sentarme a escribir en un café.

Conocimos varios pueblos escondidos en el bosque, pero mi favorito fue Miltenberg. Ahí comí la trucha más fresca del mundo y tomamos fotos de las fachadas de las casas antiguas. Parecía un cuento de hadas estancado en el tiempo. Luego me contaron que los hermanos Grimm se inspiraron en los castillos medievales para sus historias.

Un fun fact que se quedó conmigo durante todo el viaje.

Pero definitivamente, lo más esperado era llegar a Babenhausen. Para nuestra sorpresa,  cuando llegamos, el alcalde nos recibió como a las hijas perdidad del pueblo.  Así fue como nos convertimos en celebridades por un día.  

Todos los pueblerinos sabían que éramos la hija y nieta de Walter Frank, quienes habrían regresado luego de 80 años de ausencia. Pero para mí, la cereza del viaje,  fue ver la casa de Papiwally con mis propios ojos. Era como en todas sus historias. Una casa de madera de 3 pisos que en su época hasta tuvo una caballeriza.

El tiempo parecía estar congelado en Babenhausen porque la casa estaba intacta. 

Y aunque no pudimos entrar, en ese momento mis fantasías de un pueblito en blanco y negro se llenaron de color.  

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Fue bastante duro estar en contacto con tanta historia de marginación, pero creo que fue muy importante vivir esta experiencia.

No sé si porque es el único abuelo que conocí o porque llevo el nombre de su madre o su infinita bondad, pero siento que después de este #viajealborde tengo una conexión mucho más especial con Papiwally.

Los viajes familiares tienen algo que te cambia la vida y este definitivamente lo llevaré para siempre en el corazón.

 

AZULINA

Directora de cine peruana con raíces alemanas que sobrevive en Barcelona haciendo publicidad. Obsesionada con el vermut y las aceitunas y siempre dispuesta a los planes que involucren música en vivo. Al ser la 3era de 4 hermanos ando en búsqueda de constante equilibrio.

Ver documentales de comida en Netflix mientras comes es de #mujeralborde


 

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