TENGO 30, MOSTRO.

Toda mujeralborde del éxito profesional sabe que regresar de vuelta a una ciudad y reinsertarse en el mercado laboral, no es tan sencillo ni tan romántico (ni tan millonario) como te lo pueden hacer creer. Y es que después de cinco años de trabajar fuera ¿Como coño vuelvo a empezar?

Nuevas generaciones de comunicadores me precedieron y con ellos un expertise nativo digital que francamente te hace sentir como novata.

Si, soy millenial, pero por momentos seguir el paso a todos los cambios tecnológicos, los nuevos gadgets, apps, youtubers, influencersss, contenidos, ediciones, publicidades y el sinfin de elementos que me compete dentro del mercado audiovisual, me hace sentir como comunicadora marginal. Cómo cuando tu mamá te pide que le ayudes a configurar su Instagram. (gracias a San Judas por la sección de “Close Friends” de stories).

Y creanme, estar un paso adelante, es apoteósicamente agotador.

Aun más cuando decides ser una trabajadora independiente. ¿Por qué? Porque tu último trabajo de oficina te dejo sin pelo (alopecia, literal), jurando que te tocaría usar peluca por el resto de tu vida y prometiéndote a ti misma que de ser posible, no te volverías a ver sentada de 8 a 8 en una oficina (bueno, esta bien, de 10 a 7 #soycomunicadoranoesclava).

Al llegar de vuelta a Lima con mil y un planes en la cabeza, me di de golpe con varias puertas cerradas. Recuerdo que llegué con la idea de tener un programa de radio, rápidamente me enteré que la radio esta alborde de la muerte y que por más que tuve dos oportunidades, ninguna se llegó a concretar. Lo mismo con intentar monetizar tu labor bloggersss, mensajes en visto, presupuestos muy altos, pagos por canje, y el típico “ahora no podemos pero quizás mas adelante”.

Si, el 2019 trajo consigue incontables puertas cerradas en la nariz y un año que me pedía extrema paciencia en todo.

Por cosas del destino (y una buena amiga para recomendarte) conseguí rápidamente un proyecto de redacción que me permitía tener algo de dinero en la cuenta (y pagar mis cervezas). Sin embargo el sueldo, sobre todo para mi padre, dejaba mucho que desear.

Expectativas sociales claras: A tus 30 años, ya deberías tener un sueldo digno.

Cuando decidí ser comunicadora audiovisual, sabía que mi cosecha no vería árboles de billetes de Santa Rosa y a pesar de no jugar la lotería, nunca la pase alborde de la miseria. Bueno, cuando me dieron mi primera tarjeta de crédito, casi. Viví fuera de la casa de mis padres desde los 25 y pude sobrevivir sin la necesidad de comer papa con huevo.

Y si bien el hecho de cohabitar con mis padres significaba tener una cuenta bancaria intacta, tener dos roomates de 65 años me dejaba el coño inquieto (o más bien, con telarañas #hoynosefolla).

Vivir en una zona de confort te puede cegar de lo que realmente necesitas para triunfar profesionalmente. De ponerte los ovarios necesarios y tocar todas las puertas semi abiertas que puedas encontrar. Luego de casi un año de convivencia, de pronto me di cuenta que si seguía comiéndome los camotes orgánicos de Flora y Fauna de mis padres, nunca lograría impulsarme profesionalmente.

Lo único constante en esta vida es el cambio, y eso, justamente era lo que necesitaba. Y eso fue lo que el universo me escucho gritar. Apenas una amiga me dijo que dejaba su cuarto y si me interesaba, vi mi cuenta bancaria, y aunque vi que no me alcanzaba para pagar el alquiler, y acepte mudarme sin pensarlo dos veces.

Si, lo sé, aqui estar alborde de la demencia calza perfectamente para describir mi decisión. Pero lo cierto es que necesitaba estar en un momento de incomodidad para realmente moverme y buscar lo necesario para lograr un balance económico, profesional…y emocional.

Cuando se lo dije a mi padre el sermón no tardó en llegar.

“Estoy preocupado, no estás ganando lo que deberías, como puedes independizarte si no tienes para pagar todo lo que necesitas, ¿como vas a vivir? ”

“Viejo, la gente normal, no tiene la vida ni el dinero resuelto todo el tiempo. No me criaste para ser floja ni huevona, así que deja de preocuparte tanto, que lo voy a resolver. Tengo 30, he vivido 5 años fuera, necesito avanzar”

“Pero ¿acaso acá vives mal? si nosotros no jodemos”

“Todo lo contrario pa. Y por eso me tengo que ir. Porque no es real”.

Con un nudo en la garganta de ansiedad por no saber si es que podría pagar el alquiler (y ni que decir de las compras, los taxis, las libaciones, las tragaderas, los gustos y demás) me llevé mi cama, mis cuadros, mi ropa y las fantasías y objetivos que tenía guardados en una caja junto con mis pertenencias de mi otra vida (que nunca saque justamente para no quedarme más del tiempo necesario en casa de mis padres).

Apenas me mude puse en marcha el plan “Todos podemos ser menos marginales” y me puse en contacto con todas las personas que podía imaginar. Incluso estaba alborde de aceptar un trabajo de oficina nuevamente. No se si fue el destino o el universo que escucho mi intención con todas las fuerzas pero ¿Saben que sucedió? Unos días después de ordenas los últimos calzones, dos grandes proyectos me aseguraron que podría vivir tranquila y ser una mujeralborde de la independencia económica (aunque de vez en cuando siga robándome las salmas y los paquetes de fideos finos de mi mamá). En este momento me encantaría decir que por obra y magia del destino toda mi vida se resolvió, pero lo cierto es que por meses venía buscando oportunidades, aceptando rechazos y practicando algo que siempre he considerado no tener en mi paquete genético: Paciencia.

De pronto esta ciudad marginal me dio la bienvenida a la adultez confirmándome que quien la sigue, la consigue. Y yo no pude evitar sentirme orgullosa de mi misma. Había conseguido evitar una oficina pero sobre todo trabajar en algo que realmente me trae placer.

¿Que qué he aprendido de todo esto?

Si algo tengo claro es que trabajar muchas veces puede ser por necesidad, pero si logras encontrar el balance perfecto entre pasión y beneficio, entonces no hay trabajo que se presente como agonía ni tampoco mujeralborde que no lo resista.

Costo beneficio básico pues ¿no? O algo así, la verdad es que estudie comunicación audiovisual así que con los números me va fatal.

Pero por más marginal que pueda seguir siendo mi cuenta bancaria, lo cierto es que si algo he aprendido (y los 30 si que te pone a buscarle lecciones a todo) es que la vida no está hecha para tratar de complacer a todos con tus decisiones, miedos, exitos y fracasos laborales ( y de paso personales). Está hecha para probar, gustar, cambiar, evolucionar y habiendo conocido un poco de todo, y sobre todo teniendo claro lo que no estás dispuesta a ceder por una engañada “felicidad” profesional, aventurarte finalmente a lo que te encaje, resuene y te complemente.

¿Yo? Creo que puedo decir que tengo el privilegio finalmente de estar haciendo algo que realmente me apasiona, me despierta, me reta, me busca (y porque no, me sale del coño).

Y sí, podría estar haciendo millones de otras cosas, pero de momento, voy bien.

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