AMISTAD A LA NAPOLITANA

Con Claudia llegué a Barcelona hace 4 años. Cada una con una historia y un camino distinto. Una tratando de olvidar, y la otra queriendo explorar cada esquina.

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Ambas con la certeza de que amaríamos esta ciudad. Y si bien nuestra convivencia fue de corta duración (ya que antes de sacarnos los ojos decidimos mudarnos cada una por nuestra cuenta) siempre quedo ese extraño e intrínseco sentimiento de hermandad.

A Harriet la conocí por temas laborales. Originaria de Tasmania y con el pelo rubio y cortito, nuestra amistad se formo en un rodaje londinense y de regreso en Barcelona prontamente se convirtió en una más del equipo.

Harriet, Claudia y yo. Solteras alborde de una ciudad que de amantes no escasea. No recuerdo muy bien como sucedió pero diría que fue a consecuencia del anuncio de mi partida, que Claudia decidió lo siguiente: Viajaríamos a la Costa Malfitana por su cumpleaños.

Hasta ahora no se muy bien cuantos años cumple. Esos secretos que mantiene una mujer solo para momentos de emergencia.

Yo que para ese entonces andaba alborde de la miseria tuve que tomar una apoteósica decisión: Comer papa con huevo el resto del mes para asegurarme un sitio en ese avión.

Una noche de borrachera fue el preambulo para el inicio de nuestro viaje. Porque si bien Claudia y Harriet llegaron a las 6 am bien dignas a la zona de abordaje, por un momento pensamos que yo me tendría que quedar o que podría arrojar en pleno vuelo. Vaya Resaca Moral.

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Resaqueada y hambrienta (hambrientas en realidad, ya que ese fue el status quo durante toda la aventura) llegamos a Nápoles hacia finales de Agosto. Pleno verano. Cuerpos bronceados. Una Resaca mortal y un carro que solo podía conducir yo….Mostro.

Recargadas de café y cornetos relleno de chocolate, nos enrumbamos hacia Atrani, un pueblito a 3 horas de Napoles en medio de la costa. Ese sería nuestro cuartel de operaciones, sueños, botellas de vino y calurosos amaneceres en la ciudad.

La dueña del Airbnb nos procuró unas buenas vacaciones y unos barbudos que nos hicieran compañia. Listo. Estabamos listas para descubrir lo que la Costa tenía entre sus sinuosos caminos y calas veraniegas.

Sin pensarlo dos veces, nos despojamos de los atuendos viajeros y entalladas con los más diminutos bikinis fuimos por los últimos rayos de sol del día en la playa del pueblo, en donde veraniantes locales compartían una cerveza y disfrutaban en la orilla, de las últimos momentos en el mar caliente como nuestros cuerpos.

Cuerpos que aclamaban por comida y sudaban alborde de un hambrojo descomunal, ese momento en el cual la amistad deja de ser amable y se convierte hostil, solo porque el cuerpo necesita gasolina para seguir.

- Harriet, haz algo para solucionarlo, yo he manejado hasta aqui, y ahora si me disculpan me dispongo a morir bajo los últimos rayos de sol…¡Por San Judas, alguien bajele al calor!

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Mientras terminaba de hablar sola, un panino ya se acomodaba entre mis manos y inauguraba una de tantas tragaderas compartidas, vividas entre hermanas, algunas con hambre y otras con más ganas.

Refrescadas de la ducha y en atuendos de fiesta nos fuimos para Amalfi cruzando la carretera, ¡Vaya Aventura! Alborde del mar y el del perder la vida por los buses turísticos que se nos aproximaban al punto en que aguantabas el aliento y cerrabas los ojos por un segundo mientras continuabas caminando en fila india, entre motos, carros y buses que iban de un lado al otro.

Harriet gritandole a Claudia que no se despegue de la baranda mientras que yo tomaba fotografías y videos por doquier, para nunca olvidar ese momento. Girando la curva se encuentra Amalfi, un pueblito que por donde se vea tiene algo para apreciar, desde las tienditas alrededor de la calle principal hasta la catedral, adornada de mosaicos.

La noche cae en Amalfi como un velo tenue mientras las luces cálidas se van encendiendo y reina el azul y el amarillo de los limones típicos de la región. Recomendadas por nuestra huesped local, llegamos hambrientas a una típica Trattoria donde poder compartir unos calamares fritos, una pizza margherita y una pasta al vonghole. Para terminar, le mozo que le hizo ojitos a Claudia toda la noche se apareció con un tiramisu.

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Tiramisu. Tiramiyu. Tirar problamente era la idea pero la barriga llena no dejo pensar en otra cosa que otra copa de vino y un corto paseo para digerir los sueños que se comenzaron a construir.

La mañana siguiente nos recibió con la emoción de 3 quinceañeras listas para descender los escalones de la ciudad (porque si algo tiene Atrani son millones de escalones) con nuestros vaporosos vestidos antes de que se nos pegaran al cuerpo por el nefasto calor.

En Cala Maggiore fue donde depositamos nuestros sudorosos seres por la mañana mientras apreciabamos los cuerpos bronceados de los jovenes italianos, siempre en tanga, jugando a la pelota en la orilla.

- Un chapuzon y un ventilador para mi pudor por favor

Claudia tuvo una mejor idea, mientras nadábamos al lado de un peñasco cerca de los yates de lujo que decoraban las calas en esta época del año.

- Quitate el calzón. No sabes la sensación increible que vas a tener.

- ¿Estas loca? ¿Y ensañarle el coño a todos los que lo quieran ver?

- No seas exagerada que no hay nada. Mira yo ya lo hice.

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Y mientras me enseñaba el diminuto calzon blanco que con las justas las nalgas le tapaba, me deje convencer por esa mujer que flotaba como patito, tratando siempre de no mojarse la larga cabellera y mantener un poco de dignidad por si alguien se fuera a acercar.

Como buena mujerlaborde que soy, apenas me saqué el calzon, un veraneante que andaba buzeando en busqueda de vida marina surgió del agua cual ballena asesina.

Fue así como en Cala Maggiore dejé otro pequeño pedazo de dignidad…mostro.

Para sorpesa de las muchachas, yo que ya había andado por estas tierras en un verano anterior, decidí llevarlas a Amalfi de vuelta donde nos esperaba una lancha privada que nos llevaría al destino de almuerzo. Bueno, esta bien. No nos esperaba ninguna lancha. Más bien nosotras tuvimos que esperar como una hora por la misma en el pequeño puerto del pueblo, recordándonos que incluso en un destino de lujo, seguíamos siendo marginales.

Pero como lo quiso el destino, estas tres marginales se subieron a la lancha completamente solas donde poder aprovechar de una sesión de fotos espectacular mientras dejábamos atras Amalfi.

La cala de la Santa Croce nos esperaba hacia al atardecer para agradecer por los alimentos ingeridos desde mariscos frescos hasta el pan remojado en el jugo sobrante de una pasta que nos hizo enamorarnos una vez más de la vista espectacular.

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Disfrutamos el atardecer de regreso en nuestro “yate” privado y mientras el marinero designado nos insinuaba una noche de placer, Harriet y yo teníamos una buena digestión por hacer. Claudia por otro lado se había encargado de señalarle sus planes de noche a un joven marinero, ya que a la medianoche con mucho esmero celebraríamos su onomástico, momento fantástico para poder confesar cuan agradecidas estábamos de nuestra amistad.

3 botellas de vino inauguraron la celebración y aunque ya habíamos divisado que este destino era para enamorados y casados, no nos rendiríamos hasta encontrar al alguien con quien Claudia se pudiese besar al dar la medianoche.

En el único bar de la ciudad encontramos varios grupos de jóvenes al asecho o contemplando mientras veían pasar los grupos de mujeres que entre risas cómplices caminaban sin apuro por dejar de ser observadas. Un clásico juego de seducción.

Nosotras ya ibamos por el cuarto trago cuando de todos los posibles pretendientes el más maloliente se acerca para intentar adivinar nuestra edad. Era enviado por su grupo de amigas, un poco entre risas y con ganas de saber qué es lo que podría suceder.

Agradecimos la adivinanza que nos quitó varios años de encima pero como buena mujeralborde que se respeta, lo mandamos a buscarse otra en la esquina.

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Y así, con una torta sorpresa, aplaudieron todas las mesas mientras cantábamos de manera exagerada y nos reíamos al por mayor por el cumpleaños de una mujeralborde del llanto de emoción.

Supongo que fue el momento o el alcohol que recorría mis venas, pero quise detener el tiempo para nunca olvidar el instante de felicidad compartida, sin preocupaciones más que celebrar la vida de unas de las personas que supo siempre comprender mis bordes y odiarme a su manera, porque me quería tanto que siempre me tomo a la ligera.

Solo un momento fugaz en el cual decir, mierda, quisiera nunca partir.

Los sueños compartidos a las estrellas fugaces de aquella noche napolitana nos descubrieron conversando en la cama hasta el amanecer acerca de todo lo que podría acontecer en nuestro camino, ahora que las rutas cambiaban y yo estaba próxima para emprender un viaje distinto al de mis dos compañeras. Pero aun quedaban dos días asi que no permitiríamos que esa realidad arruinara la fantasía.

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Toda mujeralborde sabe que no es un viajealborde de la costa Malfitana sin visitar Positano, el destino de amantes, fotografos, hordas de turistas y bloggersss siempre listas para el Insta shot. Y mientras todo se ve espectacular desde el lido al lado del puerto con camas y sombrillas de colores, nuestro presupuesto solo nos permitió echar nuestras toallas en la playa pública al lado donde los jovenes comían pedazos de pizza y nosotras comenzabamos a tener el bozo perlado y una gota de sudor que recorría la coronilla por la entreteta hasta la punta de los pies.

- Claudia, tomame una foto como bloggersss y asegurate de que salga digna.

- Ya, pero uno, no puedo hacer milagros, dos, si se me moja tu cámara de ahi no te pongas a llorar.

Luego de una caída por un estupido tumbo, un niño que me correteaba alrededor, la ropa de baño que revelaba de vez en cuando un pezón y el constante ataque de risa por la ridiculez completa de la situación, nos contentamos con aceptar que Positano y Agua Dulce no eran tan distintos.

Habiendo dejado el número de Claudia en la zapatilla de un joven galan, nos dimos por servidas en nuestro día de playa.

A la busqueda de hidratación le dimos un veloz recorrido la pueblito mientras tratabamos de evitar la ansiedad de comprar sandalias de cuero, vestidos vaporosos y ceramica local. Hacia el atardecer, el pequeño puerto de Positano rebosaba de turistas listos para partir de vuelta a sus hospedajes, algunos con poco equipaje y otros con gran ericipela.

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Mientras que esperabamos con una cerveza helada nuestro ferry, dos australianos se acercaron para averiguar nuestros planes nocturnos. El típico duo con uno de carnada mientras que el otro es el verdadero interesado. Nos recomendadron una discoteca a donde iban a ir por la noche y si nu hubiese sido por el hecho que solo nos alcanzaba para la última cena del viaje, además del hecho que tendríamos que coger un bus por dos horas para llegar y esperar que lo mismo funcionara la regreso, nos hubiesemos aventurado a tremendo bailongo pero basto una mirada de complicidad entre las tres para entender que no necesitabamos de gran libadera ni tanta barba para disfrutar de estar en un lugar.

Atrani nos recibió con una plaza animada por jovenes y no tan jovenes que se repartían las mesas de los pequeños restaurantes familiares.

- Salud por la amistad que no se busca pero se encuentra cuando estas dispuesta a abrir tu corazón a las personas indicadas, sea porque quisieron caminar a tu lado en libertad o porque las une un deseo de alma, el encontrar la calma que siempre acompaña el ser tu misma, sin miedos a la vista, solo risas que acompañan tus aventuras y desventuras en el viaje de la vida. Hasta una próxima partida donde podamos decir, gracias pro acompañarme a vivir.

Y así, mientras las olas chocaban dulcemente contra las piedras de la playa, supimos que un viaje llegaba a su fin, pero que nuestra amistad, tendría aun muchas aventuras por contar.

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