PESADILLA EN ANDORRA

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Hacia el 2017 mientras los primeros rayos de luz primaveral comenzaban a salir, Dominique, Soledad, Camila y yo decidimos despedirnos del invierno con una viaje a Andorra. La verdad es que costó convencerme de ir, ya que no tenía ninguna intención de hacer el ridículo en las pistas de ski, dada mi tendencia genética a la torpeza y pobre balance corporal. 

Para Dominique y Soledad, esquiar era pasatiempo de invierno de toda la vida. Para Camila y yo, dos peruanas que nunca habían visto la nieve, el ski siempre había sido un deporte que nuestras amigas millonarios practicaban en los viajes familiares a Bariloche o Santiago. 

Además, en mi familia, el mayor deporte son las maratones de películas los domingos.  

Sin embargo, cuando las muchachas me confirmaron que podía llenar el carro de vuelta con alcohol (ya que los impuestos son menores en Andorra), empecé a ver tutoriales en Youtube para principiantes de ski. 

Es así que un viernes por la tarde enrumbamos nuestros sueños invernales hacia Pas de la Casa. 

Mi fantasía de cabaña en la nieve rápidamente se vio aplastada cuando me caí de piernas abiertas frente a un grupo de muchachos en la puerta de la residencia. Cuando lograron levantarme entre todos supe que este solo era el comienzo de un viaje #alborde. Dos camarotes, una ducha media rota y una mini nevera con un organismo casi vivo cuyo olor genero en Soledad una serie de arcadas interminables nos esperaba en el cuarto.

Y ya cuando había perdido casi toda ilusión comenzó a nevar, haciendo brillar mis ojos de gordita feliz. 

A la mañana siguiente, luego de preparar los sanguches para el descanso, fuimos a alquilar el equipo necesario. Dominique tenía unos pantalones extras que le dió a Camila. En mi caso el dependiente portugués de la tienda de alquiler, luego de enterarse de mi inexperiencia y apiadándose de mi billetera, me prestó sus pantalones viejos, anchos y con un hueco en el culo. Compramos los tickets para el día y antes de irnos el portugués nos recomendó un atajo para llegar más rápido a las pistas. 

A veces me preguntó por qué es que me es tan fácil perder la dignidad. 

Pasando un túnel, me encontré en medio de la pista de esquí, donde experimentados esquiadores y snowboardistas nos esquivaban mientras bajaban de la montaña. Dominique se encargaría de mi veloz aprendizaje. La primera lección fracasada se dió cuando al ponerme los skis perdí el equilibrio y di un volantín de 360 grados, cayendo sobre mi nalga derecha y resbalando unos 10 metros montaña abajo. Cuando logre sentir el culo nuevamente y mirar a mi alrededor, faltaba un ski.

- ¡La puta madre el ski! ¡Lo perdí por siempre! ¡Me cago en la puta! ¿Habré matado a alguien? ¡¿Conchasumadre maté a alguien!? 

Hiperventilando y con ganas de desaparecer voltée la mirada para encontrar a Dominique doblada de la risa cogiendo el ski que me faltaba. A Camila le bastó el espectáculo para sentarse en la nieve negándose a continuar con el acto suicida.  

Solo habiendo aprendido como avanzar recto, las chicas nos lanzaron a la primera pista, y para nuestra sorpresa, no nos fue tan mal. Emocionadas, las esquiadoras insistieron en pasar al siguiente nivel, el cual exigía cojer una telesilla, acto que en teoría no conllevaba mayor dificultad. 

El problema fue que yo aún no había aprendido a frenar con los skis. 

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Cuando abrí los ojos, estaba en el suelo sin skis escuchando los gritos del controlador chileno que se había visto obligado a parar todas las telesillas.  Soledad soltó un discurso feminista y a punta de risas y aplausos ajenos fue a recoger mis ski mientras yo me subía los pantalones que tenía por las rodillas y me sentaba en la silla.

Respiré profundo con la inevitable certeza que una vez más tendría que inmolarme a la voluntad del universo.  

Debo decir orgullosamente que rápidamente me convertí en una experta esquiadora kamikaze. Mi estilo era sencillo: ¿Mucha velocidad? Me tiro a la nieve. ¿Una curva peligrosa? Me tiro a la nieve. ¿No se lo que estoy haciendo? Me tiro a la nieve. ¿Un chico guapo pasa a mi lado? Me tiro a la nieve. ¿Un cartel que dice peligro? ¡Es hora de hacer limbo!

Para la treinteaba caída, ya había perdido noción del tiempo y de la verguenza. Y cuando me paré triunfante y decidida, recordé que no sabía parar y que Dominique estaba en mi camino. Como en las películas de Mr. Bean, todo se torno en cámara lenta mientras que arremetía a toda fuerza contra Dominique gritando  "No puedo paraaaaar". El resultado: skies en el aire, sombreros perdidos, nuestras piernas entrelazadas y un ataque de risa que nos duró 5 minutos antes de poder pararnos de nuevo.

Hay momentos en tu vida #alborde en los que quieres llorar, inmovilizarse, gritar, reír, vomitar y que te arropen en tu cama, todo a la misma vez. Me sentía como el el nadador nigeriano en las olimpiadas de Sydney, tratando de sobrevivir sin morir ahogada de nieve. Mi única esperanza era que con cada caída me iba acercándo a esa ansiada medalla olímpica: La cerveza helada en el bar al pie de la montaña.

Para ese entonces, Camila había tomado la sabía decisión de quitarse los skis y bajar la montaña de costadito, mandando a la mierda a los niños que pasaban muy cerca con sus snowboards. Yo en cambió, por alguna razón del destino logré skiar los últimos 10 metros que me quedaban, frenar como los profesionales y proceder a coger un sitio en el bar como si nadie me hubiese visto rodar la montaña por aproximadamente 20 minutos.  

Luego de un par de cervezas las skiadoras decidieron aprovechar la montaña mientras que Camila y yo aun nos quitabamos la nieve de encima. Apenas se fueron, tuvimos claro una cosa: No volveríamos a ponernos los skis en nuestra puta vida. 

Así que hicimos lo que toda #mujeralborde siempre habían deseado hacer en esta situación: Tomar cerveza y construir un muñeco de nieve. 

La noche cayó junto a una oferta de fondue ilimitado que nos recordó a todas cómo a partir de los 25 la digestión puede tomar un rumbo extremadamente gaseoso. Y entre flatulencias de todo tipo caíamos desmayadas bajo las sábanas. 

A la mañana siguiente, Soledad y Dominique fueron a esquiar y Camila y yo nos dedicamos a otro deporte: Las compras. 

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