AMORE A LA BOLOGNESA

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No hay nada como un buen viaje improvisado. Ese que nace de una noche de vino blanco y confesiones alborde. Es así como Soledad me contó de un príncipe que había conocido en un viaje reciente y la había invitado a visitarlo a Bologna.

¿Una historia de amor de fantasía? ¡Denme dos por favor! 

Y es que ser una mujer alborde significa ser una romántica empedernida, esa de las que cree en el amor a primera vista y para toda la vida.

Bueno, al menos hasta despertar la mañana siguiente. 

Así fue como, cuando Soledad terminó su relato de amor imposible con el príncipe Dante, yo la sorprendí con dos pasajes para un fin de semana en búsqueda del amore. 

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Llegamos a Bologna con los primeros rayos de sol y con una estrategia armada: Soledad le escribiría al principe de que estaba en la ciudad acompañándome por un congreso de comunicadores (ni nosotras nos creíamos la mentira) y ¡oh sopresa! Cómo son las coincidencias de la vida que se acordó que el vivía en la ciudad y ¿Cómo esta usted joven? ¡Sería lindo poder vernos y "ponernos al día"!

Porque todas sabemos que no hay frase con mayor insinuación sexual que "ponernos al día". 

Llenas de ilusión decidimos comenzar el viaje de la única manera posible en Bologna: Comiendo Tagliatelle al Ragú. El destino elegido fue Osteria dell'Orsa  en donde nos encontramos con los primeros guapos del viaje, procurando buena fortuna en el amor. Unos crescentines rellenos de queso y mortadella y una jarra de vino inauguraron lo que vendría a ser una serie de comidas alborde con manchas de salsa incluídas, conversaciones existenciales, amores instantáneos, proyectos futuros y nuestro plan maestro de amor con el príncipe. 

Ya comidas y con el corazón contento decidimos perdernos por las calles de la ciudad, pasando por el Mercatto de Erbe hasta llegar a la Piazza Maggiore donde aposentamos los culos pesados en las gradas de la iglesia para escuchar a un trovador de turno y hacer una que otra foto que iría directamente a las redes sociales para anunciar nuestra presencia en la ciudad y alertar a cierto principe que sus sueños se podrían hacer realidad. 

El diente dulce lo calmamos con un gelato en La Sorbetteria Castiglione y como la sensación de culpa fue más grande que la gula a Soledad no se le ocurrió mejor idea que subir los más de 600 escalones de la Torre dei Asinelli. Ella, gran gimnasta con musculos de acero, dominó los escalones con agilidad y brio, mientras yo, con cámaras y los kilos de más, llegué entre arcadas del esfuerzo, piernas acalambras, bozo perlado, entre teta mojada y la san puta que los parió a todos. 

Pero a pesar de las calumnias y cansancio, las vistas desde la torre valen la pena el esfuerzo. 

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Llegada la noche, y habiendo sido precavidas de que Bologna es una ciudad universitaria, nos enfajamos, acicalamos las pestes y escondimos las arrugas para explorar la vida nocturna de la ciudad. En la Via Belvedere encontramos una terrazas llenas de vida y, como diría Soledad, joda.

- Signorina, per favore, una botilla di vini blanco

Cagadas de risa por nuestra performance en italiano, crucé miradas con un adonis enternado. 

Basta con decir que me invadió una sensación de calor en las partes bajas que tuve que apagar con un shot de vino. Con la botella finiquitada y los pies ansiosos nos adentramos al Pratello, la calle de fiesta predilecta de los jóvenes guapos. 

Y déjenme decirles que no había sitio donde pusieras el ojo y no quisieras poner la bala. Algo acaloradas, y bastante arruinadas del trajín mañanero, nos sentamos por la última copa de la noche, mientras veíamos a la juventud pasar y nos llenábamos de añoranza por los años universitarios que vivimos alguna vez. 

Así fue como Bologna nos enamoró. Y cuando menos lo esperábamos, llegó un mensaje del destino.

- Boluda, a que no adivinás quien me escribió...

Para cuando llegamos a casa la suerte ya estaba decidida: Al día siguiente sería el gran encuentro con el príncipe Dante. 

La mañana del sábado se inició con un café y un leve sollozo mientras veíamos la boda real junto con cuatro octagenarias italianas, todas criticando cada uno de los looks de los invitados. El destino del día estaba claro: si debíamos conocer al principe de Soledad, entonces subiríamos el monte hacia el Santuario de San Luca y asegurarnos de quemar el jamón para la noche. 

Luego de unos 750 arcos cuesta arriba, un verdadero peregrinaje alborde, llegamos a un paraíso terrenal. El Santuario está rodeado de montes verdes y una tranquilidad celestial que solo se vio interrumpida por la carrera de carros antiguos de la ciudad, que terminaba su recorrido justamente ahí. Eso y el curita Doménico, cuya única labor, era espantar a los jóvenes sentados en la baranda del santuario, quebrando las normas del lugar y la tranquilidad de la santa. 

Ahi tiradas como focas al sol, nos dimos cuenta que todo sacrificio, por más duro que sea (y este había sido cuesta arriba) siempre vale la pena cuando tienes con quien compartirlo. Eso, y un restaurante en la punta del cerro donde poder comprar un agua helada y declarar a voz en cuello que más le vale al principe ser un galán y que tenga varios amigos guapos.

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Recién bajadas del monte y apestosas terminamos en una plazuela de los más elegantosa, al lado de la galleria Cavour, en donde personajes de lo más lujosos hacían su paseo tertuliano junto con sus mini caniches y las joyas que brillaban al sol. 

Nosotras, que lo único que nos brillaba era la cara del sudor, nos remitímos a tomar nuestro vino y comer todos los snacks que te traen a la hora del aperitivo mientras Soledad se preparaba mentalmente para el encuentro del siglo y yo...yo me preparaba mentalmente para ser consejera amorosa. 

Y aunque la siesta se prolongó un poco más de lo esperado, logramos acicalarnos y hacer un pequeño pep talk antes de salir al encuentro del Príncipe Dante. 

Bueno, dos gin tonics y un pep talk. Cómo para calmar los nervios. 

Y en un vaivén de confesiones que involucraban nuestra infinitas teorías acerca de la razones por las cuales somos unas fracasadas en el amor, llegó el Príncipe Dante. 

La primera impresión fue positiva. Un hombre con estilo, conversación y causa social en el universo. Lo suficientemente inteligente para saber que para ganar el amor de Soledad, primero tendría que convencer a esta mujer alborde. 

- ¿Dónde podemos ir a bailar? Preguntó mi cuerpo luego de dos gin tonics y varias miradas matadoras a los guapos locales. 

- Conozco el sitio perfecto. Esperemos a una amiga. 

Debo recalcar que el Príncipe llegó solo, restándole un punto en cuanto a amabilidad para con la amiga de su interés amoroso, pero decidí dejar de lado el fátidico hecho que tendría que hacer mi trabajo de cacería por mi misma y seguirle la corriente a la noche. Al llegar la amiga, con un look digno de ravera profesional (gorra, mallas en red, zapatillas cómodas, una mini falda y una camiseta rota) nos enrumbamos al Kindergarten, el club de moda a unos pasos de la ciudad.

Al llegar (y luego de pagar 15 euros que me dolieron en el alma) yo tuve una cosa clara: Necesitaría más Gin para sobre llevar la noche.

Soledad en cambio entró en una especie de bloqueo físico. Cogió su mochilita y la abrazó por delante mientras rezaba por las almas de los adolescentes colgados bailando al ritmo de Deep House, sus cuerpos siendo perforados por los bajos apoteósicos del local, y sus mentes, pues sus mentes probablemente pasándola mejor que nosotras, dignas herederas de la salsa y el reggaeton. 

El Príncipe había perdido su oportunidad de una noche para el recuerdo. Yo, quien había invertido dinero y esfuerzo mental en lograr que Soledad viviera su cuento de hadas no pude conseguir que saliera de su trance de negación y decepción, así que hice lo que mejor se hacer: Hacerme la payasa y ponerme a bailar para animar al grupo hasta que el príncipe fuese al baño momento en el cual huímos despavoridas del local. 

Así fue como Soledad se convenció que le habían vendido sapo por príncipe. Yo, cuya experiencia en temas del corazón me había demostrado que en esta vida nada esta dado por sentado, me puse a reflexionar acerca de lo verdaderamente importante, el hecho que el único principe y princesa de la historia, es una misma. 

La mañana siguiente en Bologna nos recibió con unos tortellinis y el último gelato en la Piazza Santo Stefano, donde vimos la vida pasar, el helado derretirse, y las expectativas alborde del amor perderse con la brisa que nos despidió de la ciudad. 

 

 

 

 

 

 

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