AVENTURAS CROATAS

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Como buena mujer alborde que soy, odio festejar mi cumpleaños. Para mi es un recuerdo del paso del tiempo y la verdad nunca lo sentí como una fecha especial. 

Pero desde que, por cambio de hemisferio, mi nueva vuelta al sol acontecía en pleno verano, empece a verle el gustito de festejar mi existencia en este universo alborde. 

Asi fue que huyendo de la multitud turística que empezaba a acechar barcelona y con pocas ganas de celebrar elborde de mis 30, decidí embarcarme en un viaje de aspecto independiente a unos de los países pendientes en mi lista de quehaceres : Croacia. 

Primera parada: Dubrovnik. 

Con las dos mochilas a cuestas y una mezcla apoteósica de nervios y emoción equivalente a la de una niña de 10 años (ya que hacía tiempo no viajaba sola) llegue a Villa Divina, el primer hostel del viaje. 

Ahi me esperaba Catarina, el ser humano más cándido que he conocido en mi vida. Luego de explicarme todo lo que Dubrovnik tenía para ofrecer, me ofreció un abrazo, sellando nuestra amistad y amor mutuo. 

Y por más que prometí verla luego para la rutinaria hora de cocktails en el hostel, el hambrojo (todo lo que vendría a ser el hambre mezclada con enojo) se empezaba a apoderar de mi. 

Al mismo tiempo que una tormenta nunca antes vista. 

Yo, que había metido en la maleta una chaqueta impermeable porque era lo suficientemente pequeña para caber entre mi ruma interminable de vestidos, me encapuche y emprendí la caminata hacia la ciudad amurallada. De no haber sido por la lluvia torrencial, hubiese hecho el ejercicio del día, pero le agradecí a San Judas de mandarme un bus que me dejaba en la puerta de la muralla…porque a nadie le gusta una mujer alborde mojada.

Y como parece que el destino me escucho maldecir a la lluvia, al llegar, el cielo se había aclarado y empezaba a aparecer ese color rosáceo naranjoso que avisa al espectador que el sol estará pronto para partir hacia el otro hemisferio. 

Aca una recomendación para las viajeras independientes: Dejen el mapa de lado. 

Porque la única forma de verdaderamente conocer una nueva ciudad, es dejándote perder entre sus calles, gentes, bares, restaurantes, miles de escalones, casitas pegadas con banderines, caminos de piedra y música a lo lejos. De pronto aparecerá un cartel como un oasis en el desierto: “Cold drinks ahead”. 

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Bajando unas escaleras me encontré en Buzo, un bar al borde del acantilado, en donde pensar claramente con una cerveza en la mano y disfrutar de los valientes que se lanzaban al mar desde los peñascos mientras que el sol se escondía en el horizonte. 

Este sería el primer espectáculo que tendría preparado la ciudad para mi, ya que cuando la lluvia desapareció del todo, solo quedaron los colores que el sol fue dejando. 

Algo borracha y feliz, continué mi caminata en búsqueda de apaciguar los rugidos de tripa. Asi fue como termine en Barba con un bowl inmenso de calamares fritos a un precio que no me hizo sentir como una turista en el centro. 

Al salir, la noche se había adueñado ya de la ciudad y Dubrovnik tomaba otro ritmo y color. Los niños empezaban la caminata zombie mientras que sus padres tomaban la última cerveza antes de comenzar el camino de regreso al hotel, y yo, yo detecté una música familiar para mis oídos. 

Un par de vueltas, esquivando a los fanáticos del fútbol que sufrían cada jugada del partido del momento, y logré distinguir un piano que se perdía en un blues que ya nadie escucha mientras que una voz aparecía para iniciar el concierto de la noche "My baby don't care for shows..."

- Camarero, un gin tonic doble. 

para cuando lo había terminado, el Troubadour Jazz era el centro de atención pero a mi me comenzaba a invadir el sueño, y cuando decidí volver a casa por la noche sucedió que la tormenta que había logrado evitar por poco regresó con furia y determinación, mojandome hasta la conciencia. 

A las 5 am sonó el despertador anunciando que era momento de acicalar el pensamiento y emprender el camino hacia el ferry que me llevaría a la siguiente parada: Split. 

Split me recibió a la hora de almuerzo (ya que paramos en todas las islas croatas antes de llegar al destino) con un sol abrasivo y un pequeño centro histórico con calles laberínticas llenas de arcos antiguos y ventanas de color.  Así que mientras los turístas hacían la pausa de comida, yo aproveché para explorar los ríncones de la ciudad y porque no, dejarme llevar por el instinto. 

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Instinto que me llevó hasta la playa local, en donde jóvenes y no tan jóvenes refrescaban los cuerpos calurosos al ritmo de las olas que golpeaban el muelle y la música de temporada que iba cambiando mientras caminabas por los chiringuitos en búsqueda de un buen refugio donde pedir un vino bien helado y disfrutar del espectáculo de matiné. 

La noche de domingo me encontró de sorpresa y tomé una decisión que suele hacer de vez en cuando una viajera independiente con buen diente: Esa noche iría a un buen restaurante para disfrutar la cocina local. Boca roja, alpargatas veraniegas, vestido vaporoso y emprendí el camino hasta toparme con Bokeria, en donde sentada en la barra frente a la cocina abierta, disfrute de un vino croata y un pulpo a la parrilla mientras que los demás comensales reían y chocaban sus copas al ritmo de la música del local. 

Fue en ese momento cuando el joven de la mesa de al fondo me lanzó una mirada curiosa, la cual yo respondí con una mueca confundida, porque para las señales seductoras nunca fui buena, o quizás fue el vino que empezaba a hacer efecto. En fin, cuando quise averiguarlo, ya se había ido asi que yo también emprendí mi recorrido nocturno el cual me llevó hasta la plaza de la catedral, en donde turistas sentados en los escalones alrededor de la plaza, escuchaban a un trovador de turno. Todos cantaban en conjunto "Hey Jude, don't make it bad" y los valientes bailaban en el centro mientras que la luna, casi llena, vigilaba el acontecimiento. 

Esa noche me fui a dormir con la certeza que algo grande iba a suceder. 

7 am. Mochila a la espalda, cámara lista y última parada: Hvar.

Esta vez la tenía clara, iría el hostel de fiesta para asegurarme recibir mi cumpleaños rodeada de extraños, posibles amantes y shots de tequila. La mejor combinación cuando viajas sola. Al llegar Tom, el típico australiano que había dejado su trabajo corporativo por explorar el mundo y actualmente trabajaba en el hostel a cambio de hospedaje gratis, me recomendó una playa a unos 40 minutos recorriendo la costa de la isla. 

A los 20 minutos ya había perdido toda esperanza de poder lograr tal hazaña bajo el sol de mediodía pero mi bozo perlado me recordaba que la recompensa yacía en el hecho de poder flotar en el agua hasta que los dedos se me arrugaran. 

Además, nada se interpondría entre yo y el bronceado perfecto de verano. 

Hacia la tarde, ya de vuelta en mi habitación compartida con 10 personas más, decidí prepararme para ir en búsqueda del sunset y así fue como conocí a Camila y Aiana, dos brasileras que tenían el plan perfecto trazado y no pensaron dos veces en invitarme a ser parte de él. 

Con dos botellas de vodka en el bolso, y la pintarrajeada necesaria para atraer un par de miradas, salimos las tres a conquistar la noche con el sabio consejo de Camila en mente:

- Hoy no quiero preocuparme de nada.

Hula Hula Bar nos recibió con los últimos rayos de sol, la típica electrónica para empezara mover el esqueleto y un grupo de cariocas dispuestos a darlo todo...incluso robar besos cuando estabas distraída. Nosotras que habíamos escabullido alcohol ilegalmente al bar (porque somos guapas pero no huevonas) fuimos las primeras en huir cuando los de seguridad encontraron una botella vacía en el piso al lado de nuestra mesa. 

Así fue como termine conversando con Bruno, un muchacho de recife que estaba dando la vuelta por Europa con sus amigos. El problema es que Bruno andaba sin camiseta y yo...yo no me podría concentrar en ni una sola palabra que salía de sus labios carnosos. Las chicas fueron en búsqueda de una camiseta para Bruno (porque lo podían multar por andar enseñando los pectorales) y yo me quede con él para asegurarme que nada malo le sucediera. 

Cuando apareció la camiseta nos enrumbamos al siguiente bar en donde tuve la brillante idea (esas que ocurren luego de media botella de vodka) de comprarle shots de tequila a todos.

Así que esto es más o menos lo que recuerdo del resto de la noche: Estuve estampada contra la pared con un brasilero, luego conocí a un iraní, trate de besarlo e huir, perdí a las muchachas por unos ingleses que habían conocido la noche anterior, compré otra ronda de shots, cojí con el iraní un bote para llevarnos a la discoteca de moda, maree al controlador de la puerta y no me dejaron entrar a la discoteca, me ahorré el presupuesto que me quedaba del viaje al no entrar, regrese con el iraní a caminar por la isla, mee en alguna planta y me mojé los pantalones, me despedí de mi amante al amanecer y me desperté con la ropa de la noche anterior 10 minutos antes del check out y habiendo dejado los 28 atrás.

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Y esque en Hvar no solo dejé mis 28 y mi corazón... sino también mi dignidad.

Mi nueva vuelta al sol la comenzó con una resaca apoteósica que solo podría curar un chapuzón en el mar, un almuerzo grasiento a la sombra y la victoria futbolística de Perú antes de recojer las mochilas y decirle adiós a mi isla favorita.  

El ferry llegó a Dubrovnik pasadas las 11 de la noche y yo regresé a Villa Divine para un útimo abrazo con Catarina, antes de embarcarme para la siguiente aventura, sabiendo que no sería la última vez que pisaba tierras Croatas. 

 

 

 

 

 

 

 

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