LA PETITE MORTE

Hace poco tiempo, durante mis momentos de investigación procrastinada, vi un video acerca de cómo en Ruanda se rinde culto al orgasmo y la eyaculación femenina. De hecho, si luego de un encuentro sexual la mujer no llega a tener un orgasmo, se sentirá ofendida y el hombre frustrado.

Fue en ese momento que busqué el primer vuelo directo a Ruanda. Fin de la historia.

Mi primer cuasi-orgasmo lo tuve a los trece de casualidad, cuando el chorro de agua del bidet de pronto rozó algo entre mis piernas que hizo que me quemaran los pies.

Mis estadías en el baño se hicieron un poco más largas.

Sería lindo poder decir que a partir de ese episodio me convertí en una diosa del sexo y del placer. Sin embargo, lo cierto es que si eras como yo durante la adolescencia (gordita y sin una chance de perder la virginidad hasta los 20s), explicar dónde estaba el clítoris y qué es lo que hacía era como hablar de robótica.

En el colegio las clases de educación sexual eran como un sermón del apocalipsis. Lo son hasta el día de hoy. Aún recuerdo a nuestra profesora de biología mostrándonos las consecuencias de una noche loca. Las caras de horror bastaban para asegurar que algunas intentarían usar doble condón, pero en cuanto al placer, nada.

Esa educación te llegaba un poco de sorpresa los viernes a la noche si es que los padres de alguna amiga tenían canales de televisión Premium. Así crecías pensando que la penetración garantizaba un orgasmo de película (aunque tus padres siempre adelantaran las partes de sexo).

Mientras que mis hormonas no se aplacaban ante la ira de Mummra, la sociedad me mostraba que para ser buena pareja tenía que saber dar buen sexo oral, lo que muchas veces significaba seguir parámetros pornográficos e insertarte un pene hasta la garganta para luego fingir disfrutar, porque más te vale que no corrijas dónde te toca un hombre o lo que hace ya que se podría ofender #niunamenos.

Fue a los 24 años, soltera, lejos de Lima y luego de varios malos polvos de una noche que tuve suficiente. Sexo no me faltaba y, sin embargo, yo andaba sin saber lo que era realmente un orgasmo.

Me preocupaba tanto por gustar, que me olvidé de gustarme. 

En ese momento entendí que no conocía mi cuerpo. Y ahí fue cuando recordé algo que me dijo un sabio ex: “Tus orgasmos no son mi responsabilidad”.

Así que como buena #mujeralborde, tomé manos en el asunto. Bastó un poco de Marvin Gaye, algo de lectura ligera, una pizca de estímulo visual y paciencia para empezar el espectáculo.

Cuando mis pies dejaron de quemar y mi respiración volvió a la normalidad, entendí el inmenso y saludable placer de la masturbación.

Mi pasajera estancia en el universo cobraba sentido.

Fue despertar del otro lado de la cama. Aprendí a tocarme, divertirme, conocerme, explorarme, engreírme, aventurarme, mojarme, liberarme, relajarme y sobre todo, quererme.

Y en el interín de esta travesía de descubrimiento del auto placer, entendí que a veces tu sanidad mental (porque felicidad es muy profundo) está en tus manos….literalmente.

Anterior
Anterior

CUESTIÓN DE EGO

Siguiente
Siguiente

LA MALDICIÓN DE LOS 3