QUE NADIE ME QUITE LO MADURADO

Tengo una confesión por hacer: Hace dos meses cumplí 30 años pero no fue hasta este mismo momento, sentada en este nuevo sillón de esta nueva casa a la cual me acabo de mudar (luego de 10 meses de re-convivencia con mis padres) que me doy cuenta que ya no tengo 20.

De hecho, ya nisiquiera puedo decir que estoy alborde de los 30 lo cual me descomputa por momentos y me pone alborde de preguntarme y ahora ¿De qué estoy alborde? #porsanjudaselbrandingmefalla

Deje esta ciudad a los 25 para regresar a los 30. Cinco años de independencia que desaparecieron apenas mi padre empezó a preguntarme de mis planes de viernes solo para sugerir que descanse y que mejor no salga.

“Pero si aca nos podemos quedar viendo una serie. ¿A donde vas tan desabrigada?”

“Tengo 30 y estoy soltera, ¿a donde crees que voy? ¿Al bingo?”

Aunque pensándolo bien, el bingo a partir de los 30 suena como un excelente plan para pasar el tiempo.

Y mientras que me voy dando cuenta de pequeñas realidades divertidamente reflexivas del tiempo (cómo que hace 15 años que uso labial rojo y sin duda a mis 80s lo seguiré usando, junto con mi pijama, mis crocs y mi abrigo de animal print simplemente para ir a la bodega a comprar pan #yolohuevona) mi quinceañera interna que aun sale a jugar y a bailar en las noches de libación (sin preocupación por lo que antes era una inexistente resaca) me empieza a pedir una pausa y reflexión.

A partir del sexto mes en una ciudad, ya puedes considerarte como parte de ella. Y eso fue el punto de quiebre para preguntarme “¿Cómo coño llegué hasta aca?”. Porque lo cierto es que el camino que voy recorriendo a diario esta lleno de señales de neon, una que otra en blanco y negro, y otras en vallas publicitarias con luces LEDS que te hacen retorcer el cuello mientras vas en el UBER (porque eso de manejar en el tráfico marginal de esta ciudad a los 30 ya no es aventura divertida).

Mientras te dejas encontrar por todas esas señales las cuales por más distintas que sean son parte de tu construcción y herencia personal, de pronto, como balde de agua fría, todas señalan al mismo camino cuesta arriba y con muchos obstáculos: Es momento de madurar.

El problema es que madurar en esta sociedad se refleja en 3 simples puntos a conseguir: matrimonio, hijos, exito profesional.

¿Y si no tienes ninguno de los tres? Bienvenida al mundo de la invalidez. Un fracaso social andante. delirante. menguante. Las caras serenas pero con sonrisa de pena de las tías que te preguntan en que momento llegará tu día.

“No lo sé tia Charo pero si lo averiguas me avisas para tener puesto un calzón digno, "¿si?”

Como acto de madurez (y de sanidad mental básica) decidí retirarme de la casa de mis padres aunque eso significara tener que comer papa con huevo por el resto de mi vida. #actualizandomicv

Madurar. Hacerte valer como mujer. Crecer. ¿Pa esto quería tanto crecer?”. No me mal interpreten. Me considero una persona bastante madura para las cosas necesarias. Pero lo cierto es que a pesar de amar la independencia y libertad que lleva el crecer, nadie te llega a verdaderamente contar la lista de responsabilidades que conlleva el “madurar”.

Listas. Mi madre me heredó su obsesión por la listas, y es algo que hago todas las semanas con los pendientes que tengo por resolver, la mitad de ellos es trabajo necesario y la otra mitad deseos y realidades para poder sentirme como la sociedad quiere verte: una mujer hiper productiva. Además, no hay mayor satisfacción que tachar los elementos de la lista y felicitarte porque lo lograste. Sobreviviste a una semana más de adultez. Empoderamiento le dicen algunos.

Yo simplemente creo que el terror a “hacer nada” para muchas es más grande que la realidad de la vida a los 30: Esta bien parar y respirar.

Y es que entre encontrar un trabajo, pagar cuentas, alimentarse, hacer tus impuestos, crecer profesionalmente, ser socialmente aceptable, conseguir una pareja sin tanto drama pero que igual te aguante, ser una buena hija, preocuparte por el medio ambiente, estar en contacto con tus amistades, ser creativa, cuidar tu cuerpo, hacer deporte, probar cosas nuevas y leer ese libro que segun todo el mundo te cambiara la vida pero tienes desde hace 4 meses empolvándose me encontré con dos preguntas esenciales a toda nueva etapa de vida: ¿Hacia donde voy? y ¿Hacia donde quiero ir?

Lo sé. No son preguntas fáciles y yo, yo soy una persona intensa para todo. Yo, la que siempre tiene un plan A, B y C me encuentro actualmente navegando alborde de la incertidumbre alrededor de mis decisiones. Porque de pronto a los 30, cual jurado de reality show, cada decisión que tomes tendrá una gran repercusión en tu vida, y los demás siempre estarán para hacértelo acordar.

¿Grandes decisiones? Yo solo sé que me mueven las pasiones. Que me mueve cambiar a diario. Cambiar de mentalidad y escenario. Trazar mi proceso sin preocuparme por el de los demás, porque justamente no es el mio. Y eso esta bien. Además, me da extrema ansiedad pensar más allá de un mes o un año, porque lo cierto es que no sé que me tenga preparado el universo para mañana. Y eso, también esta bien.

A los 30 estoy aprendiendo a convivir con la certeza de la incertidumbre. Con saber que hay cosas de las cuales no tengo respuesta y quizás, nunca la vaya a tener.

Finalmente creo que madurar está en entender que tu camino es tuyo por ver acontecer: No el que querían tus padres, no el que te exige la sociedad y ni siquiera el que está de moda en Instagram. Es saber cuando escuchar y cuando responder, cuando descansar pero no rendirte, a pesar que nada es como lo quieres ver. Cuando decir no a lo que no suma y cuando abrazar a todo lo que te llena de amor y valor. Es no tomarse las cosas de manera personal ni mucho menos actuar por las expectativas de los demás. Es saber reírte de ti misma y con los demás. Es sentir más para poder entenderte. Es buscarle balance a tu corazón y tu mente. Es defenderte y nunca quedarte callada.

Es saber también que seguirás estando alborde de múltiples cagadas.

Madurar es ser auténtica a ti misma en todos los sentidos.

Y si, madurar también comerte la resaca del día siguiente mientras recuerdas las incontables maneras en las cuales perdiste la dignidad la noche anterior.

Que nadie me quite lo madurado.

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