QUICHE DE CEBOLLA Y ROQUEFORT

INGREDIENTES

  • Masa Brisa (para Quiche)

  • Queso azul

  • 1 Cebolla blanca

  • Nueces

  • Ajo

  • Vino

  • Azucar

  • 4 huevos

  • Crema de leche

  • Mozzarella, Parmesano, Emmental

PREPARACIÓN

Hay días y hasta semanas de quiche. Días en los que te sientes arriesgada  y decides probar combinaciones, antes de que el roquefort que olvidaste en la nevera decida quedarse a vivir para siempre. Días en los que empiezas sin rumbo.

En esos días, estas obligada a salir de tu zona de confort. 

El 2015 llegó con un venezolano en la cama, escasos recuerdos de la noche anterior, algo de resaca y menos dinero en la cartera. Los pocos amigos que había hecho hasta el momento en Barcelona tenían planes de viaje que no me incluían. "Mi ciudad" de pronto se quedó vacía.

Así que antes de padecer la tan temida depresión post fiestas decidí hacer algo al respecto.

Precaviendo un arranque así, poco antes había comprado una mochila  adecuada para aventuras cortas. Luego de llenarla con la cantidad justa de medias, camisetas, cámaras y libros, me preparé un par de sandwiches y cogí el metro a la estación de tren.

De tin marín llegaría hasta Santiago de Compostela. Primera parada: Bilbao.

La masa va en un molde y se precocina en el horno por 10 minutos. En una sartén va aceite de oliva, algo de mantequilla, las cebollas y el ajo. Se condimenta, un chorro de vino y azucar. Cuando cambia el color hacia un ligero marrón, ya están listas. Se deja enfriar un poco.

En Bilbao, frente al Guggenheim, tracé la misión del viaje: Tendría que salir de mi zona de confort y hablar con extraños. Además, cuando se terminaron los dos libros que llevé, no me quedaba otra.

Para coger coraje caminé por muchos sitios, por largas horas: Avenidas, callejones, calles de piedras, calles largas, cortas, empinadas, en bajada y caminos de tierra. Así llegué a las calles de León. Caminaba y miraba la vida que pasaba a mi lado. Con cada paso robaba un instante de la historia de otros. Ellos se dejaban observar. Parejas nuevas, parejas viejas, parejas extrañas, en familia, modernas y amigos que quieren ser pareja. Todos en pareja.

Y en la ecuación, desparejada yo.

Un 5 de enero llegué a Santiago de Compostela. La última parada en el viaje. Y luego de algunos intentos fallidos, esta vez si hablaría con alguien. Mi caminata se vio interrumpida por una molesta lluvia, esas de las que pican, así que busqué refugio en un bar frente al mercado.

Ahí fue cuando apareció Anís. Un argelino con la sonrisa más sincera del mundo.

Anís prometió mostrarme la ciudad de noche. Yo me prometí a mi misma mantener la compostura. El problema fue cuando Anís me presentó a su compañero de trabajo Samuel.

Samuel era Gallego.

Y yo, yo no tenía un Gallego en mi lista.

Se baten los huevos y se agrega un chorro de crema de leche. Sal, pimienta y adentro la cebolla. Acá se pone el Emmental y la mozzarella en pedazos.  Se vierte todo encima de la masa.  Luego el quezo azul por trocitos. Las nueces y el parmesano rallado van encima de todo.  Al horno por 30 minutos a 150 o hasta que el cuchillo salga limpio.

Esa noche lo dejamos todo en la pista baile junto con Melchor, Gaspar y Baltazar.

La resaca en Santiago fue apoteósica. Al igual que mi afonía. Dejé mi cuarto de pensión por la tarde y caminé por útilma vez hacia la estación de tren. Esta vez con destino a casa.

Había conquistado Santiago y dejado atrás la zona de confort. 

Sentada ya en la butaca del tren, sin nadie al lado y revisando las fotos de la noche anterior, reconocí a un antiguo compañero de viaje al cual había olvidado por un tiempo: El sabio silencio.

El quiche siempre será más bueno el día siguiente. Cuando los ingredientes han descansado y el sabor ha tenido tiempo para madurar. 

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